martes, 4 de diciembre de 2007

Una semana negra.

Hace poco me pasó algo que creí que no me sucedería jamás: se me fue el avión. Fue una semana negra. Había una conferencia sobre la perestroika (se llamaba perestroika revisited) para, precisamente, discutir la perestroika, sus orígenes y consecuencias a 20 años de distancia. A la conferencia iban a asistir puras vacas sagradas del campo y yo propuse un artículo que me hicieron el honor de aceptar. Tenía que escribir un artículo (eso que llaman paper) de entre 15 y 25 páginas y además prepararme para hablar unos 20 minutos, en inglés o en ruso. Hasta apuntaron mi nombre en el programa de la conferencia, que se llevaría a cabo en el Instituto Aleksanteri, de la universidad de Helsinki del 29 de noviembre al primero de diciembre. Yo, ni qué decir, contentote y emocionadote.

La conferencia iba a ser en Helsinki. Pues bien, ya casi terminaba mi artículo cuando... lo borré sin querer (obvio). Zaz. Eso fue en Berlín el sábado 25 de noviembre y ya salía de regreso a Bonn, donde tienen ustedes su humilde casa. Como el tren es bien caro, uso un servicio en el que viajas con un tipo que recorre la ruta en su coche particular y le pagas. Esos cobran entre 20 y 30 euros; el boleto de tren cuesta ahorita como 104 euros. Con la tarjeta de descuento que tengo (50%, y que cuesta 200 euros por un año) me cobrarían de cualquier manera unos 52 euros. Pues ahí voy de regreso a Bonn sentado en el coche, durante 5 horas, pensando "mi artículo, mi artículo, mi artículo..." sin poder trabajar. Esa es la ventaja del tren: hay mesitas con enchufe y, si puedes, agarras una y te pones a trabajar 5 horas.

Ni modo, pensé. Ya llegué a Bonn como a las 12 de la noche y me acosté a dormir. Al día siguiente, lunes 26, me levanto temprano a rehacer mi maldito artículo, y así me seguí hasta la madrugada. Me fui a dormir a las 3 y sólo porque se trabó mi computadora. Me levanté a las 7 de la mañana, junto con Jeanne, y seguí trabajando. No dormí esa noche y así me seguí hasta el miércoles, que es cuando salía mi vuelo a Finlandia. Sólo me levantaba para ir al baño, comer una rebanada de pan con mermelada o para servirme café, que tomé en cantidades ingentes. Por fin, ya con el artículo casi terminado, me levanté con la sana intención de hacer mi maleta, bañarme y salir al aeropuerto.

Pues hice la maleta, me bañé, todo a tiempo, me senté en la cama para ponerme los pantalones y... ¡que me quedo dormido! Me desperté de un sobresalto y volteé inmediatamente a ver el reloj: mi autobús se acababa de ir. Como no encontré teléfonos de taxi (soy un burro), me fui pedaleando a toda velocidad - que es bastante baja en realidad - en mi bicicleta a la estación de tren, y llegué casi igual que mi tren - lo vi llegar -, pero me faltaba comprar el boleto. Como siempre hay colas enormes - y de veras había una cola enorme - corrí a comprarlo en una de las máquinas, pero son lentas hasta decir basta. Funcionan con pantallas sensibles. Aprietas "Comprar boleto". Sale un relojito de arena como en las computadoras. "Elija estación de partida". Aprieto Bonn. Relojito. "Elija estación de destino". Aprieto la D de Duesseldorf. ofrece las opciones "Duesseldorf estación central", "Duesseldorf estación sur", "Duesseldorf aeropuerto". Aprieto la opción de "aeropuerto". Relojito. "¿Tiene tarjeta de descuento?" Sí. "25% ó 50%". 50%. Relojito. "Primera o segunda clase". Segunda clase. "¿Cuándo quiere viajar?: Ahora, hoy, mañana, otro día". Ahorita, chingada madre, ahorita. "¿Quiere pagar con el número de su tarjeta de tren?". No. Tanto tango y todavía ni me daba las opciones de qué tren tomar. Por supuesto que perdí mi tren. Cuando por fin tuve mi maldito boleto en la mano, tuve que buscar otro tren para ese aeropuerto. Tuve que esperar 20 minutos y además, transbordar.

Cuando por fin llegué a la estación de tren "Duesseldor aeropuerto" salté a la plataforma y corrí buscando las salas. Pues no: había que tomar una especie de monorriel que tiene cuatro estaciones nada más: Estación de tren, Estacionamientos, Salas A y B, Sala C. Ese dichoso monorriel va y viene por esas cuatro estaciones y yo creía que era un servicio del aeropuerto. Pues bueno, lo tomo y ese maldito trenecito va lentííísimo. Yo hasta como que lo empujaba echando el cuerpo hacia adelante, ja ja ja. Pues por fin llego a mi sala y salgo disparado buscando con la mirada las salidas de Air Berlin. Cuando las veo, corro hacia allá, con mi mochila brincándome en la espalda, la maleta sangoloteándose en una mano, el boleto todo doblado y sudado en la otra y con la bufanda colgada de un lado casi arrastrándola. O sea, era difícil no notarme. Una chava de la aerolínea sale de los mostradores y va hacia mi encuetro, con mirada de qué pasó. Desde 10 metros le grito: "¡Voy a Helsinki!" y ella contesta "Uy, ¡Sígame!" y ahí vamos corriendo torpemente ambos (ella por sus zapatos y yo por mi equipaje) hacia la sala de salidas, y mientras corremos me revisa el boleto, garabatea algo sobre él, grita frases cortas a colegas suyos que nos vamos encontrando en el camino.

Pero tanto brinco no sirvió de nada: "The plane is closed" nos dijeron jutnto a la puerta de abordaje. Adiós vuelo (pagado), adiós conferencia (participación confirmada, mi nombre en el programa), adiós hospedaje (reservado y medio pagado). El siguiente vuelo era en 24 horas y costaba 324 euros. Dije "no pues ahí muere" y me voy todo triste de regreso a Bonn. Para salir de las salas rumbo a la estación de tren tomé otra vez ese maldito monorriel y tómala barbón, que empiezan a revisar boletos. Si tenías un boleto de avión usado puedes viajar del aeropuerto hacia la estación de tren; si tienes uno sin usar puedes viajar desde la estación de tren hacia el aeropuerto. Pues yo no sabía, e iba rumbo a la estación de tren con un boleto de avión sin usar. Me pregunta uno de los dos inspectores "¿Su boleto?" y yo: "Acá tengo uno para Helsinki, je je". No sirvió de nada mi triste chiste: me quería cobrar 40 euros de multa el muy malvado. Como yo alegaba y alegaba que no sabía y que perdí el avión y que ya me quería ir a mi casa y ya, llegamos a la estación de tren. Total que se acerca el otro inspector y me dice "¿Tiene uno veinte?". Yo: "Claro". Y listo: pagué lo del boleto, un euro veinte centavos, y nada de 40. Pero por estar en eso ya se estaban cerrando las puertas del monorriel en la estacón de trenes. Agarré como pude mis cosas y corrí hacia la salida, tropezando con la gente y empujándola mientras murmuraba "Perdón, con permiso, perdón". Ya estaba a punto de salir cuando zaz, que se cierran las puertas. Y ahí voy de regreso rumbo a las salas, entre toda la gente que pisé y empujé, y con un boleto válido sólo para la dirección contraria. La situación era incómoda. La gente me miraba. Los inspectores, que terminaron de revisar a los demás, como que no sabían cómo tratar mi caso. A mí me daba pena preguntar, pero al fin tuve que hacerlo: "Eeeemmm... ¿necesito otro boleto ahora?", y el inspecto gandalla que empieza a decir "Eigentlich...." que es algo así como "En realidad..." y el otro lo interrumpe rápidamente y dice "No no no, claro que puede salir ahora, transbordar y regresar con ese." "¿De veras?" "De veras". Pues bueno, así lo hice pero perdí mucho tiempo y como un par de trenes. Tuve que esperar una hora al siguiente tren rumbo a Bonn, de pie en el anden, con un frío que no sabía si atribuirlo al clima, al sueño, o al hecho de que sentía que me llevaba la chingada. Llegué a la casa horas después, con mi maletita y todo. Estaba un poco triste.