martes, 6 de enero de 2009

Un invierno de verdad

Desde hace como 18 días tenemos continuamente temperaturas bajo los cero grados. la única excepción fue hace como cinco, cuando durante unas cuatro horas estuvimos a como +0.6 grados y cuando se derritió un poco de nieve. Pero esa misma tarde regresó el frío y la nieve derretida se volvió una capa de hielo sobre calles y aceras.

Los días más fríos han sido los de cielo azul y sol brillante, con temperaturas de entre 5 y 7 grados bajo cero. En los nublados en cambio la temperatura sube a 2 ó 3 bajo cero. Lo único que faltaba era la nieve, porque excepto una nevada tupidísima a mediados de diciembre y que dejó una capa de nieve que se derritió en unas horas, lo único que se veía en los últimos días era tierra congelada y hierba marchita. Pero ayer, por fin, tuvimos nieve.

Hace dos años tuvimos un invierno lamentable: las únicas temperaturas bajo cero se daban de madrugada, y nunca pasaron de los dos bajo cero. Mucha lluvia, mucho lodo, nada de nieve. Un fiasco.

El año pasado hubo unos diez días de temperaturas continuas bajo cero en diciembre, pero sin un copo de nieve: sol brillante, cielo azul, tierra congelada y las hierbas mustias de siempre. Pero a partir de enero, lluvia, lodo, temperaturas diurnas de entre 2 y 5 grados. Decepcionante.

Pero ahora sí ya llevamos 24 horas de nieve, y temperaturas diurnas de 5-8 grados bajo cero. Y bastante nieve. Por fin, un invierno de verdad. Ya los extrañaba. El problema es que los automóviles compactan la nieve y en muchas calles esto conduce a la formación de una capa de hielo. Andar así en bicicleta resulta peligrosón. Casi me caigo en tres ocasiones, una de ellas en una calle por la que pasa un tranvía. Pero de todos modos, ya los extrañaba.

Una vista del Bonn invernal. Atrás de la fuente del primer plano - esa estructura circular - está un paso a desnivel bajo las vías del tren que ahora ya casi no usamos pero que antes, cuando vivíamos en el barrio de Kessenich, nos era casi cotidiano. Lo que se ve hasta el fondo es parte del palacio Poppelsdorf, cuya construcción se inició como residencia de verano del príncipe elector Jospeh Clemens de Baviera (1671-1723) y terminado por el sobrino del mismo, el también príncipe elector Clemens August I de Baviera (1700-1761) en 1740. Desde 1808 pertenece a la universidad de Bonn. Ahora aloja varios institutos de la Universidad de Bonn, entre ellos el jardín botánico. Una mina aérea le dio en la madre durante un bombardeo aliado en 1944 y fue reconstruido de manera muy sobria allá por 1954 ó 1955.

La perpsectiva del lado opuesto: un prado - bueno, en verano ahí hay pastito - con un monumento a los bonnenses (¿cuál es el gentilicio en español?) ejecutados por el régimen nazi debido a que eran opositores al mismo. A la izquierda hay toda una serie de cafés, restaurantes y heladerías que, apenas calienta el sol, plagan la anchísima acera de ese lado con mesas y sillas que de inmediato son ocupadas por hordas de bonnenses ansiosos por asolearse. La edificación del fondo es el edificio principal de la universidad de Bonn, y que antiguamente fue la residencia citadina de los príncipes electores de Colonia. Fue terminado de construir en 1577, aunque fue remodelado varias veces, la última de ellas en 1777, luego de un incendio que prácticamente lo destruyó y fue reconstruido de manera mucho más modesta. Dejó de ser residencia de príncipes luego de la invasión de las tropas napoleónicas en 1799 y aloja la universidad desde 1818. Para variar, fue hecho talco en un bombardeo aliado en 1944 y reconstruido entre 1945 y 1951. Dato curioso: resulta que la residencia citadina (lugar de chamba) y la residencia de verano (para vacacionar) de los príncipes electores estaban nada más y nada menos que a un triste kilómetro de distancia.

Por acá quedan las tres tiendas en las que usualmente compramos los víveres. Cuando le tomaba la foto a este mono de nieve, se me acercó uno de los varios alcohólicos y borrachines que se reúnen a la derecha de la fuente que aloja al monigote, y me hizo plática. El chavo, de unos 25 años, contó muy orgulloso que "lo hicimos ayer con unos amigos", aprovechando que la nieve "era muy buena", porque "era masosa, pegajosa; no de esa nieve en polvo que nomás no pega". Le comenté que lo bueno es que con el frío que hace, el mono durará varios días. Esta observación le agradó al tipo, porque con todavía mayor animación me dijo que "cuando todos los demás hombres de nieve de Bonn se hayan derretido este seguirá ahí, porque con mis cuates lo rociamos con agua que pedimos en esa panadería para que se cubriera de hielo". Me retó a acercarme al mono y golpearlo con los nudillos "y verá que suena como si fuera de madera (sic)". El tipo, botella de cerveza en mano y aliento correspondiente, dijo que lo hicieron "para que los niños lo vean y digan ¡oh, qué bonito hombre de nieve!" porque "mire: tiene hasta su nariz de zanahoria, y boca y cejas, que hicimos muy bien con corcholatas de botellas de cerveza, ¿ya vio?." Ha de ser uno de los pocos monos de nieve alcohólicos del mundo.