domingo, 27 de mayo de 2007

Prólogo algo largo para el epitafio de un sapito.

Del 16 al 20 de mayo se jugó en Berlin el Unicorn Open, torneo suizo a 7 rondas, fuerza única y con un ritmo de juego de 2 horas para 40 jugadas y una hora para terminar la partida. Se dieron, además de los premios a los seis primeros clasificados, premios a los dos mejores clasificados con menos de 1900 puntos de rating nacional, los dos mejores con menos de 1600, los dos mejores juveniles, así como un premio a la mejor mujer y al mejor anciano (y escribo anciano porque son, en efecto, abuelitos. Me purgan esa falsa corrección política que se expresa en eufemismos ridículos, que convierte a un anciano en un "senior", que es la deformación aglosajona de la palabra española "señor", o en un "adulto mayor". )

El torneo empezó a jugarse en 2000, y cada vez ha sido más concurrido. Este año empezamos 86 tableros. El torneo estuvo muy bien organizado (igual que el año pasado), aunque también he de decir que no he jugado otro torneo en Alemania, por lo que en realidad no tengo con qué comparar. No sé cómo se juegue ahora en México (y ojalá alguien me ilustre al respecto), pero acá uno lleva únicamente la pluma, porque los ajedreces ya están colocados sobre todos los tableros y los relojes al lado, listos para ser usados. Por un lado, es más ccómodo esto a estar cargando el ajedrez y el reloj propios, pero por otro lado, le quita algo de sabor o, si se quiere, de pintoresquismo al asunto. Recuerdo muchos torneos en México con jugadores (en tercera o cuarta fuerza) que llevaban su ajedrez casi de viaje, con el resultado de que parecía que estaban mirando un tablero sin piezas pero con algunas migajas desperdigadas. O al contrario, tipos que acomodan un ajedrez enorme sobre un tablero normal. Eso era muy simpático de ver.... O qué decir de los alaridos de los jueces en México: "¡DeeFAAAAULTS!!!" y los "sh, sh, shhhhh" que se prolongaban unos 5 ó 10 segundos. Eso es genial.
Retomando el tema de los relojes. El año pasado había relojes mecánicos en todas las mesas excepto en las primera 20 ó 25, en las que el reloj era electrónico. Ahora hubo relojes electrónicos en todas las mesas. Eso me ponía nervioso (y cómo no, si vengo de la capirucha) pero ninguno fue robado. Una vez en México me levanté a entregar una papeleta al juez y en esos segundos me volaron una chamarra del respaldo de mi silla, por ejemplo.
El pareo también estaba listo unas horas después de terminada cada ronda, y cada noche podíamos ver en internet el pareo de la mañana siguiente y eventualmente prepararnos con alguna base de datos. También se publicaban en internet todas las partidas de cada ronda. Un muy buen esfuerzo, en pocas palabras.

Esta fue la sala de juego. La pantalla al fondo muestra los resultados de cada ronda. bastaba entregar las papeletas y la hojita de resultado, y en cuestión de segundos los jueces actualizaban la pantallita.

Frente a ella estaba "el corral", de tres mesas únicamente.
Y atrás la mesa de jueces.
Jugamos en una especie de parque industrial por el noreste de Berlín, que tiene un comedor bastante agradable, con una pequeña terraza. Como el clima resultó muy soleado, parecía balneario. Nótese la botella de cerveza en la mesa del primer plano.
Finalmente, aprovechando el buen tiempo (el termómetro andaba por los 25-28°C y sin una sola nube), la empresa que regentea el comedor nos puso hasta una parrillada frente a la sala de juego. Insisto, parecía balneario.

Unas palabras en torno a las costumbres de los nativos de estas tierras: muchos no suelen analizar con el rival. Como que no se les da eso de los post mortem. Algunos sí (en realidad fue uno nada más), y con quien lo hice, hice también buenas migas, lo que siempre es bueno para tener conocidos que posiblemente se vuelvan amigos en un país en el que estás solo. Pero muchos simplemente se levantan y se van. A lo más, dirán frases corteses como "bien jugado" o "muy interesante partida", y ya. Eso me parece francamente lamentable.

Como lamentable fue mi actuación. Empecé con dos pepinos, luego le gané a un entrenador buena onda y a su alumnito (un niño cagadísimo de nueve años) para perder estrepitosamente ante un tipo con un peinado de Rigo Tovar pero canosón. Le gané la penúltima partida a un sueco permanentemente exaltado (ahí tienen para lo que sirven los clichés sobre "el caracter nacional de...") para perder de fea manera la última ronda. Todo se confabuló en mi contra desde el principio. Si hubiera sabido leer las ominosas señales que el Destino me envió, me hubiera dado de baja antes de la primera ronda... Empecé mal: llegué tarde a la primera ronda por unos 40 minutos y no me encontré en el pareo. Resulta que aunque ya estaba inscrito, tenía que haber llegado antes del inicio para confirma mi participación.
Pues me parearon contra otro tipo que también llegó tarde. Hablaba inglés y era pelirrojo. ¿Será escocés?, pensé, pero no tenía acento como de integrante de Jethro Tull. Resultó ser un estadunidense de Indiana que visita este verano a su tío, que es profesor de canto en la facultad de música de una universidad berlinesa. Me dijo que es el único ajedrecista en su ciudad natal (en cuanto dijo esto me imaginé una ranchería) y que por eso aprovecha para jugar en Europa. También da clases de ajedrez a niños pequeños, para sembrar ajedrez, con la esperanza de cosecharlo en unos años. Se supone que tenía que ganarle con facilidad, porque tiene "únicamente" 1783 puntos de rating. La partida fue un verdadero suplicio para mí, como el resto del torneo. Ya iré sacando mis partiditas, para que sirvan de advertencia a no sé quién.

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