sábado, 6 de noviembre de 2010

Destinos

Hoy tuve la grandísima e inopinada fortuna de conocer a un exguerrillero mexicano. Sucedió en medio de la calle en la enorme Ciudad de México. Lo más leve que le ha pasado fue pasar unos años en el tétrico Palacio Negro de Lecumberri. Algunos pasajes de su vida son realmente trágicos. El racimo de mazasos que me narró, a veces con los ojos humedecidos pero siempre con voz firme y un orgullo sencillo y bien ganado, me dio unas ganas terribles, pero de veras terribles, de abrazar a mi hijo.

Y bueno, una verdad de perogrullo más sobada que la panza de Buda: el chiste está no en las riquezas, sino en las satisfacciones morales que se van acumulando en la perra vida.

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