jueves, 18 de enero de 2007

Kyrill

Acaba de pasar el huracán Kyrill ("Kiril" en ruso es Cirilo, pero no sé de qué idioma tomaron este "Kyrill"). No tocó directamente Bonn ni mucho menos, pero de todos modos se dejó sentir. El viento alcanzó en la tarde velocidades de entre 80 y 85 kilómetros por hora, con ráfagas de 110. Una vagoneta de la policía se ubicó en la esquina de la estrecha calle en la que vivimos y cerró el paso. Sólo podían circular quienes aquí viven y debían hacerlo con muchas precauciones, pues el viento arrancaba tejas de los techos.

Muchas veces en la Ciudad de México padecí las consecuencias de huracanes, en cualquiera de las costas de la república, pero todo se limitaba a harta lluvia, un cielo plomizo y creo que ya. Es la primera vez que me toca estar metido en medio de vientos tan violentos. Las ventanas vibraban como si alguien las sacudiera con desesperación por abrirlas y meterse en casa. De niño hubiera pensado ¡uy, que emocionante: un huracán!, pero ahora pensaba en lo fastidioso que sería si un vidrio se reventaba o si el tejado resultaba dañado. La edad nos vuelve aburridamente juiciosos (¿juiciosamente aburridos?)

Ahora el viento ha bajado a unos 60 kilómetros por hora y me andan dando ganas de echarme otro café con leche con, ahora sí, bastante azúcar.

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