miércoles, 10 de enero de 2007

Las trampas de la modernidad y el ajedrez

el investigador Alejandro Nadal (creo que anda en el Colmex y no sé si en alguna otra institución), en sus artículos jornaleros "El último reno" (http://www.jornada.unam.mx/2006/05/10/034a1eco.php) e "India: entre el carbón y la opción nuclear" (http:///www.jornada.unam.mx/2006/12/27/index.php?section=opinion&article=021a1eco) toca un tema que en lo particular me parece muy interesante e incluso decisivo para entender la modernidad: el carácter finito de la riqueza y, consecuentemente, la imposibilidad de un enriquecimiento constante y sustentable.

Sin meternos a desmenuzar todo ese metadiscurso que es la modernidad, podemos mencionar una característica clave: la fe en la ciencia como sustituto de la fe en las verdades religiosas. La modernidad se fue desarrollando como respuesta a la preeminencia de la iglesia y logró su punto culminante con la revolución francesa, cuando el derecho divino a reinar de las casa reales fue desplazado por el derecho a gobernar emanado del pueblo mismo. La legitimidad no descansaba ya en el derecho presuntamente divino, sino en la presunta voluntad del pueblo, manifiesta presuntamente en una elección directa (obsérvese cómo todo es "presunto")

También en el campo del conocimiento se notó el desplazamiento de las verdades reveladas por la fe religiosa por parte de la fe en la ciencia: el conocimiento científico develaría gradualmente los misterios de la naturaleza hasta que el ser humano llegase a dominarla por completo. La ciencia se encargaría de descubrir qué es cierto y qué es falso. Claro, este conocimiento nos serviría para vivir mejor, pues viviríamos bajo el imperio de las leyes emanadas de un conocimiento verdadero y científico, no de las originadas en mitos y leyendas religiosas. La racionalidad vencería al pensamiento mágico-religioso; el conocimiento (que para serlo debe por fuerza ser científico) a la ignorancia.

Y aquí comienzan los problemas.

En un principio, en efecto, algunos habitantes de las potencias coloniales empezaron a vivir mucho mejor, pero no todos. No hay que olvidar que en el imperio británico que dominaba el comercio mundial en el siglo XIX había niños trabajando en las minas de carbón y que morían literalmente escupiendo pedazos de sus propios pulmones antes de cumplir 30 ó 35 años, si no es que antes. O que los territorios alemanes, antes y después de la unificación bajo la férula de Prusia y de Bismark y que se industrializó a ritmos impresionantes, exportaban pobres a Estados Unidos y a Sudamérica por millares. Pero fueron esas clases privilegiadas las que reforzaron la creencia de que se podría siempre vivir mejor. Todo era cosa de investigar, mediante la ciencia, cómo arrancarle más riquezas a la naturaleza y de hacerlo, mediante la tecnología. El acceso a las materias primas indispensables para ello se lograría mediante los métodos de siempre: colonialismo y/o comercio desigual (el mito del "lbre mercado")

Ahora leamos el primer artículo: un puñado de renos es llevado a una isla pequeña, sin depredadores naturales y llena de líquenes, el alimento principal de los renos. Éstos prosperan y se multiplican. ¿Va todo bien? No, ya van directo a la catástrofe, pues los renos de la isla, que parecerían vivir mejor que sus parientes de tierra firme (sujetos a cacería por parte del ser humano o por lobos, por ejemplo), parecen vivir de lujo: viven más tiempo que sus parientes de tierra firme, y además no enfrentan enemigos naturales, pues en la isla no hay lobos ni personas. Pero consumen más riqueza de la que la naturaleza pude regenerar. Años después, hay sobrepoblación y escazes de alimentos. Los animales ya muestran enfermedades. Al final, se agota por completo el alimento y el último reno, viejo, débil y artrítico, muere. Todos murieron.

En efecto, cuando se argumenta que un país, o una rama de la industria, debe modernizarse, en realidad se argumenta que ese país debe incrementar su producción de bienes de consumo o de servicios. Todo ello implica el consumo de riqueza, tanto en forma de materias primas como de energía. ¿China e India se modernizan? A temblar. Leamos el segundo artículo. Vaya consumo desenfrenado de riqueza (energía y materias primas), sobre todo en las regiones que marcan el paso en lo que consideramos "el vivir bien": Estados Unidos y Europa occidental. El consumo creciente que a la vez causa y es causado por una producción siempre en aumento, sustentada por un uso cada vez más intensivo de los recursos naturales, gracias a las nuevas posiblidades proporcionadas por la ciencia y su aplicación en forma de tecnología. Esto es el progreso, según el metadiscurso de la modernidad. Quien consume lo mismo que hace 10 años se ha estancado; no progresa. Quien consume menos ha involucionado o de plano se ha empobrecido. La gran promesa de la modernidad es lo contrario precisamente: vivir mejor-consumir más.

Una ingesta desenfrenada de calorías causa obesidad, lo que es considerado, actualmente, una enfermedad. Un consumo desmedido de energía y recursos naturales, como en las sociedades ricas, es considerado "un alto nivel de vida" o, a lo más, como un desperdicio. Lo verdaderamente trágico es que todos aspiramos a ese nivel de vida basado en el consumo desenfrenado y cada vez más intensivo de riqueza, que es el motivo subyacente en el "american way of life" de los años 50 del siglo pasado: cada hogar con un automóvil, un refrigerador y un televisor. ¿Suena parecido? Claro: Vicente Fox dijo que los indígenas chiapanecos quieren todos "tele, vocho y changarro". Sin embargo, el sueño del consumo estadounidense no es ahora el mismo: hay hogares con auto, refrigerador y televisión que sin embargo son considerados pobres. El nivel de consumo debe ser mucho más alto para poder condierar a un hogar por lo menos clasemediero. Los pobres aspiran a consumir más (y muchos sueñan con un consumo de derroche), y los no pobres, muchos de los cuales viven derrochando riqueza (consumiendo más de lo que correspondería en una repartición equitativa), jamás aceptan de buena gana consumir menos.

Otro punto de todo lo anterior, mencionado nomás de pasadita: la supuesta racionalidad del ser humano queda mal parada. En realidad, los deseos, las aspiraciones y las necesidades de corto plazo e incluso egoístas son más fuertes de lo que pensamos.

¿Y el ajedrez? esta identificacipon entre progreso-mejor nivel de vida-mayor consumo también se nota en el ajedrez. En las paginas de la revista alemana de ajedrez (http://www.zeitschriftschach.de), se ha desatado un debate en torno a la supuesta crisis del ajedrez profesional. Los grandes maestros Dautov, Wahls y Gustafsson se han dedicado al póquer de manera por lo menos semiprofesional. Incluso Wahls anunció su retiro del ajedrez y creó una escuela de póquer en internet. Y no son los únicos, ni en Alemania ni en el mundo.

En realidad, la figura de ajedrecista profesional nació en la URSS, y vivían bien no por los premios que ganaban, sino por las jugosas becas y apoyos del sistema soviético. Pero ahora resulta que los ajedrecistas quieren vivir como en los tiempos de la URSS pero sin sufrir las desventajas del sistema soviético. Larsen, uno de los pocos profesionales occidentales del ajedrez, no pasa una vejez muy tranquila que digamos. Najdorf hizo fortuna en el campo de los seguros, y Panno mejor se dedicó a su carrera de ingeniero. Rossolimo la hizo hasta de taxista, y vivía también de manera muy modesta. Chigorin vivía casi en la pobreza, y de hecho se lamentaba en sus últimos años del hecho de ser sólamente un jugador de ajedrez: Tarrasch era médico, por ejemplo. Otros, editores de libros. Ahora todos quieren ser profesionales en un mundo muy pequeño, y no alcanzan los líquenes para todos. Los de abajo quieren vivir como los de arriba, y los de arriba no sueltan nada.

¿Quién quiere ser ajedrecista profesional?. Paso. Qué bueno que soy un chapo.

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