lunes, 5 de febrero de 2007

La cuitas de un equipo de ajedrez asaz optimista

Nos aniquilaron el pasado domingo 28 de enero. Nos urgía como aire una victoria, para no despegarnos de los líderes y aprovechar cualquier eventual tropiezo suyo. Pero nos barrieron, 1.5 a 6.5 nos pegaron. No ganamos ni un juego y hasta nos dimos el lujo de perder uno por default. Si consideramos que tras esta pepiniza quedamos empatados en los lugares séptimo y octavo de diez equipos en total y que bajan de categoría los últimos dos, podemos decir que tenemos la lumbre llegándonos a los aparejos.

Supuestamente, el equipo se había reforzado para ahora sí luchar en serio por el único boleto a la categoría siguiente, que es la más fuerte de Berlín. Pues naranjas. Para empezar, estamos escasos de refuerzos. Basta con que uno se enferme y otro tenga que estudiar para sus exámenes en la universidad para prácticamente obligarnos a regalar un punto por default, como nos sucedió. Y además tenemos un séptimo tablero que pierde de todas, todas y si meter siquiera las manos. Empezamos siempre con uno o dos puntos de desventaja. La idea era que los tableros medios, del cuarto al sexto, fuéramos los cosechadores de puntos; que sacáramos adelante al equipo. Porque los tres primeros son bastante duros y aunque ahí considerábamos sacar un balance positivo, no sería por mucho: el primero siempre es muy duro, aunque Marcos Kiesekamp es un jugador muy muy fuerte. En el segundo juega Georg, que tiene 14 años y puede ser algo irregular, aunque ha estado jugando bastante bien y mejora cada vez más. Como que se ve que es alumno de Marcos y que tiene ciertas ambiciones en el ajedrez. El tercero también es muy fuerte, pero nuestro compañero, Mijaíl, lo cubre mejor que bien. Pues nanay con las esperanzas en los tablero medios. Tres inesperados pepinos en el quinto; cincuenta por ciento en el cuarto. Yo he perdido uno por default, y precisamente en la primera ronda, cuando el equipo perdió apenas por un punto, 3.5-4.5, contra un rival bastante medianón. Y de las tres partidas que he disputado, he juntado sólamente punto y medio, aunque tuve posiciones para juntar 2.5 y, siendo optimistas, los tres puntos completos.

En resumidas cuentas, en lugar de tener tres primeros tableros de contención, tres tableros medios arrasadores y dos últimos tableros malos, hemos juntado puntos con los tres primeros (sobre todo con los dos primeros), un resultado por abajo del 50 por ciento en los siguientes tres (del cuatro al seis) y dos horrísonos últimos tableros, sobre todo en el séptimo: cinco pepinos, cero tablas, cero victorias.

Mi partida fue de las más divertidas que he jugado en mi vida. Empecé llegando media hora tarde, y apenas entonces me enteré de que jugaba en el sexto y no en el quinto tablero (es que se suponía que iba a faltar nuestro tercer tablero y los demás nos correríamos), lo que significaba que toda mi preparación casera, de nuevo cocinada junto con Marcos, me serviría para dos cosas: para nada y para nada. Bueno, pensé, juguemos como en México: sin preparación, como recuerdes la teoría según progresa la partida. Oh agradabilísima sopresa, mi rival - Peter Müller, nombre alemán si los hay - respondió 1. ...e5 a mi 1.e4. Excelente, pensé, porque a) podría recuperar el tiempo perdido jugando rápidamente mi apertura favorita, y b) podría jugar mi apertura favorita: el noble y venerable gambito de rey. Mi rival panteó con notable seguridad un contrgambito Falkbeer, pero apenas en la jugada seis empezó a pensar mucho. Aquí intercambiamos pequeños favores: él eligió una continuación inferior en la séptima jugada luego de pensar unos 20 minutos en una posición llena de tentadoras pero engañosas continuaciones para el negro. Yo, que me había paseado entre las mesas todo ese tiempo - estábamos jugando seis equipos en total, por lo que había qué mirar - no recordé el castigo a esa impresición y decidí trasponer a la línea principal.

Mientras deambulaba entre las mesas (entre los tres enfrentamientos en marcha había uno de equipos infantiles, algo que me siempre divierte: los niños son geniales) se me acercó nuestro tercer tablero y me dijo que tuviera cuidado con mi rival porque es muy táctico y ataca bien; claro que se puede equivocar pero en general siente muy bien la táctica y por eso mejor no le des oportunidades de que te ataque, ¿entendiste?. Dije que sí pero que el gambito de rey ya estaba planteado.

Ya de regreso a la línea principal mi rival se equivocó en la continuación pero otra vez fallé. No recordé una jugada asesina de Tartakower pero sí otra muy buena que no pasa por asesina pero sí por noqueadora. Quedé con peón de ventaja, sin damas en el tablero y los dos alfiles en una posición completamente abierta, sin peones centrales. Gané el peón con una maniobra que me dejó bastante satisfecho y que sacó de onda a mi rival, que seguía cargándose de tiempo. Su compensación era meramente temporal, porque aunque mi alfil seguía en f1 y mi torre de h1 encerrada, él no podía evitar que me desarrollara. Lamentablemente vi un fantasma que me hizo analizar durante quince minutos una captura imposible por parte de mi rival, y cuando me di cuenta de ello empecé a perder la confianza. Comencé a invertir tiempo en decisiones sencillas y aun así cometí imprecisiones. Pero mi rival, en lugar de aprovechar una oportunidad y pasar a un final de torre con alfiles de distinto color y peón de menos, se empeñó en tenderme trampas fáciles de ver y de parar, por rectilíneas y transparentes. Total, me desarrollé con mis dos alfiles y mi peón de ventaja. Ya metido de lleno en el apuro de tiempo, pimponeé las últimas cinco jugadas. En la 39 cometí una nueva impreción que mi rival otra vez no aprovechó y entonces en la jugada 40 pude iniciar una maniobra que me hizo ganar un segundo peón tras cambiar alfiles, para llegar a un final de torre y alfil y cuatro peones contra sus torre, caballo y dos peones. Y aquí se viene la catástrofe. Debo hacer la jugada 44. Noto inmediatamente la amenaza directa de mi rival, calculo y... decido provocarla, porque, según yo, sólo sirve para cambiar torres. En realidad, regalo una pieza y la partida.

Manuel García-Peter Müller





Mi rival acaba de jugar 43. ...Cc4. Es obvio que amenaza el doblete 44. ...Ce3+. Pues bien, lo dejé hacerlo, porque sólo consideré que tras mi respuesta 45. Rd3 sólo sería posible la continuación 45. ...C:d5; 46. R:e2 y las blancas ganan. Pues bueno, ahí voy a provocarlo: 44. b3?? Ce3+, Todo según lo planeado. 45. Rd3 T:d2+ Zaz 46. R:d2 C:d5 Como consecuencia de mi excelente idea de "dejarlo hacer" perdí pieza y llegué a un final que creo debe estar perdido. Había bastantes integrantes del equipo rival sentados, siguiendo mi partida - mis compañeros o luchaban por sus vidas o ya las habían perdido -. En cuanto vieron el 45. ...T:d2+ se levantaron casi todos de golpe y se fueron a ver otras partidas, como diciendo "este arroz ya se coció". Yo obviamente sentía que me llevaba la chingada, pero decidí seguir jugando. Sea lo que sea, tenía todavía dos peones contra un caballo. Analicé unos segundos y noté casi inmediatamente que no tenía jugadas útiles con mi rey: caía inmediatamente bajo dobletes del caballo y perdía mi peón de h3. Bueno, pensé, no queda de otra que aventar los peones. Y así, violando la sagrada regla de centralizar el rey, jugué un plan sencillísimo: aventar los peones hasta donde pueda y luego a ver qué pasaba. Y listo: tiré 47. a4. Mi rival piensa bastante y tira 47. ...Rf7, y yo respondo al toque 48. b4. Otr pausa larguísima de mi rival. 48. ...Re6. Yo estaba de pie viendo las pepinizas a mis compañeros - ya habían terminado - y regresé a mi tablero nada más para jugar 49. a5 y volví a irme. Yo estaba segurio de que perdía, pro en cuanto vi que mi rival jugó 49. ...g5 pensé mira, chance y me salvo. 50. b5 Rd6; 51. a6 ba6 si mi rival quería jugar a ganar debió conservar su peón b 52. ba6 Rc6 y aquí me ofreció tablas. Increíble. Me gasté unos dos o tres minutos para mis últimas siete jugadas, y mi rival se echó unos 40 minutos. Estaba bastante alterado al final; casi molesto, aunque no sé por qué: fui yo el que perdió medio punto; no él.

En cuanto acordamos las tablas vi cómo unas siete u ocho manos se metían a mi campo visual y empezaban a revolotear sobre las piezas, moviéndolas de acá para allá mientras unas voces discutían entre sí y señalaban a mi rival cómo debió haberme ganado el final. Creo que el final se gana si el negro va inmediatamente tras el peón de h3 con su caballo. En realidad, debe haber más de un plan para pegarme, pero mi rival, con todo y sus 1943 de ráting alemán, no logró encontrar ninguno de ellos, y eso que se clavaba antes de cada una de sus últimas seis jugadas. Por otro lado, yo había estado pensando jugar no la burrada de 44.b3??, sino la burrada 44.b4??, que también pierde pieza pero que por lo menos gana un tiempo para el final. Gran consuelo.

Una partida de locos. También de locos fue el análisis post mortem. Me habían dicho que el club rival, Berolina Mitte, es un club de intelectuales. Entre ellos habría por lo menos un escritor que es relativamente conocido en Rusia, otro que decide irse en bicicleta a Italia y anotar lo que observa, etcétera. Un club cuyos miembros leen hartos libros y hablan de literatura, poesía, arte y política mientras juegan apaciblemente ajedrez en su sede, que es nada más y nada menos que un café muy agradable en una avenida bastante simpática de Berlín. Pues discutían planes supuestamente ganadores interrumpiéndose los unos a los otros y arrebatándose el rey negro de las manos.

Intelectuales... yo, por mi parte, me reconozco como un simple y humilde artesano.

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